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Noches Matutinas

  • Manuel Canales
  • Aug 23, 2015
  • 3 min read

Son las 3:19 A.M.


El insomnio como de costumbre mantiene mis pestañas separadas y grita a mis oídos que el tiempo se acaba; que investigue más, que piense más, que plasme más, que evolucione más. Me preocupa qué mundo se avecina los que estén después de nosotros.


Si bien desde siempre éste hábito me ha dominado, nunca había desencadenado en mí éstas preocupaciones; ahora es constate ese: “Tic Tac” en el reloj. No sé exactamente cuándo empezó todo, solo sé que desde que conviví 14 fines de semana junto a más de 60 personas persiguiendo una misma meta no he vuelto a ver las cosas de la misma manera.


Mientras conocía a los demás me daba cuenta de los horizontes que yo mismo había fijado en mi visión, despertaban más intereses y no paraban de surgir más temas a los cuales meterles las narices, y ¡lo admito! me gustaba esa sensación y aún es un deseo constante. De pronto, estaba tan empapado de las visiones de las demás personas, que mi conciencia individual se desvaneció, ya no pensaba en solo números, líneas y cálculos fríos. Fue entonces cuando me di cuenta de algo que había estado negando toda mi vida: Reconocí que de verdad me importaban las demás personas, que me importaba hacer algo para el bien común y quería ser parte de ello. Quería hacer algo que existiera en la vida de cada persona posible sobre la tierra, quería impactar la vida de los demás.


Todo había cambiado para cuando se culminó esa etapa llamada “Diplomado”. Cumplir con mis clases en el Tecnológico ya no bastaba, se necesitaba más. Entonces se presentó otra oportunidad: viajar al extranjero y estudiar Sociedad Civil y Política Pública; “¡Felicidades, Te vas a Washington D.C.!”, decía aquella hoja que rompí en una discusión con mi padre al comentarle que me ausentaría de la casa hasta el próximo año.


“¡Leven anclas!, ¡Abrochen sus cinturones!, ¡Icen las velas y prepárense!”


La vida empezó a revolucionarse a máxima velocidad. La experiencia fue algo que aún no logro describir totalmente, fue una experiencia familiar; si, fue formar una nueva familia con 99 mexicanos más que también estaban dentro de esa aventura. Aun mantengo amistad con las mejores y más importantes personas que conocí en esos tres meses, aquellos que habían viajado desde México igual que yo: Mis hermanos mexicanos.


Llegué a un punto de no comprender que sucedía. ¿Cómo se relacionaba esa experiencia que cambió mí perspectiva con esa nueva etapa junto a todas esas nuevas personas que venían del mismo país que yo? La respuesta era obvia: Todos queríamos un mejor México, todos queríamos evolucionar. Y en ese momento, la vida me dio otra bofetada para que prestara atención a todo.


Tiempo después… ¡Felicidades, has sido…!. Un email mencionaba que había sido seleccionado como becado en un diplomado de políticas públicas por parte del Seminario de Investigación de la Juventud – UNAM. Fue todo un reto, y fue entonces cuando entendí lo que realmente sucedía: Mí destino ya había sido marcado.


Ahora entiendo que nada es coincidencia ni producto de la suerte, cada uno es quien toma las decisiones y forja su destino. El destino es lo que uno busca, es único y solo tiene una manera de desarrollarse, y es la que uno decide día a día.

Hoy decido todos los días crecer y dejar las cosas mejor de cómo eran antes, decido qué quiero en verdad, que el mañana no existe, porque no se sabe a ciencia cierta lo que sucederá en el futuro, solo puede estimarse o imaginarse, pero solo actuando puede forjarse. Hoy sé que mi destino es hacer todo lo posible por crear un mejor mañana. Estamos a contrarreloj para dejarles un mejor mundo a nuestros hijos.


Son las 4:30 A.M. y solo me queda soñar cómo quiero que éste día termine, levantarme en unas horas y hacer que suceda.

 
 
 

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